domingo, 5 de diciembre de 2010

La noción de 'naturaleza' en los antiguos cínicos

Reza un fragmento de Heráclito: “Ser sabio es virtud máxima, y sabiduría es decir la verdad y obrar de acuerdo con la naturaleza escuchándola”.[1] Vale la pena, interrogarse qué viene a significar esta concordancia con la naturaleza que propugnaban los filósofos, así llamados, físicos; sea cual sea el lugar por donde lo abarquemos, es muy difícil saber qué quiere decir ‘naturaleza’ en estas líneas. Pero, quizá nos ayude a acercarnos a la concordancia que los cínicos predicaban tanto de palabra como también de hecho.

Preliminarmente, debemos tener alguna noción de lo que es el cinismo. De seguro, luego de lanzar una gran maraña de insultos y oprobios, a quien miente con impudicia y descaro, terminamos con la peor de todas las deshonras: “cínico”. La palabra se ha hecho tan profundamente comprendida, dentro de las situaciones cotidianas, que no hay peor deshonra que ser llamado de esta manera. Por supuesto que nadie recuerda a un sujeto que tenía un tonel por casa, ni menos aún a un hombre que trata de vivir conforme a la naturaleza, desplazando así las temporales leyes de los hombres.

La palabra cínico (kynikós) viene del griego perro (kyon) y si tuviéramos que traducirlo al español, diríamos que es algo así como “perruno”. Seguramente, no pensamos en estos animales, cuando escuchamos el reproche “cínico”. Pero tal era la vida de estos filósofos, que con gran frecuencia eran llamados “perros”, sobretodo en el caso de Diógenes, a quien parecía no molestarle en absoluto que se le llamara de esta forma.

Diógenes sinopense (o Diógenes el perro, si se quiere) es el máximo exponente de esta corriente, de ello no cabe la menor duda. De él conservamos solamente testimonios y un contingente de doxografía que su homónimo Laercio ha recopilado en Las Vidas y opiniones de los filósofos más ilustres. Célebres son sus anécdotas: despreció la suculenta oferta de Alejandro Magno, de pedir lo que se le antojase; respondiendo simplemente “No me hagas sombra”[2], se reía abiertamente de la definición platónica del hombre como “bípedo implume” haciendo correr un gallo desplumado por la Akedemea, diciendo: “He aquí el hombre de Platón”[3], y el sincero reproche que lanzaba hacia Filipo el rey, cuando, luego de una batalla, el cínico cae preso y siendo preguntado por el padre de Alejandro quién era, respondió: “Soy un observador de tu ambición insaciable[4].

Grandes hazañas hacía el perro, pero poco es lo que nos queda de su ideario, pues sólo tenemos algunas sentencias que solía verbalizar y que han quedado registradas. Pero, aventurémonos a dar una interpretación en torno a su figura y su posición de constante denuncia. Diógenes fue un perro que solía morder a quien se desviaba del camino de la virtud, y sabía mover la cola a quien empezase a comprender la radical importancia de la naturaleza en la vida del hombre.

¿Qué significaba vivir en concordancia con la naturaleza para un cínico?, quizá aquí esté la gran diferencia que separaba a estos filósofos de Heráclito y de los estoicos. Para los cínicos, esta concordancia no acababa en la teoría, ni en una idea; para ellos significaba vivir como los dioses, quitando de sí las vanidades de los hombres que nos alejan de lo primordial.

Quizá podamos acercarnos al cinismo si hacemos una consideración de los personajes mitológicos griegos que juegan importantes roles, formando una dialéctica de opuestos: Prometeo y Heracles.

Las referencias a Heracles en el cinismo se ven desde sus inicios: El gimnasio que Antístenes frecuentaba, a saber el Cinosagro[5], tenía por dios tutelar a Heracles, pues al igual que Antístenes y todos los que recurrían a aquel gimnasio eran bastardos, hijos ilegítimos, producto de un padre ateniense y una madre extranjera, mientras que Heracles era hijo de Zeus y la mortal Alcmena. Podemos ver en estos fragmentos, la manera en que se nos aparece la aspiración cínica del dominio de sí mismo, frente a la locura que nos viene de afuera…, sabemos que Heracles padeció una locura que Hera, arrebatada por sus celos y envidia, le indujo; sin embargo esta locura termina siendo enfrentada por el héroe y logra dominarse a sí mismo de los males que le provocaba la envidia de la diosa. De la misma forma, el filósofo cínico se percata de la multitud de males que los hombres padecen a causa de estas pasiones.

Recordar también que una anécdota nos cuenta que Diógenes al ver a un hombre vestido con una piel de león, le gritó: “¡Deja de insultar el sayo [atuendo] de la virtud!”[6]. Esta referencia evidencia de manera explícita la admiración que propugnaba Diógenes al héroe.

Además, cabe recordar que Heracles es una antinomia de la civilización en primera instancia. Hugo Bauzá nos dice: […] Heracles es un ser salvaje, casi bestial, más próximo al ámbito de la naturaleza que al de la cultura; testimonio de ello son su indumentaria y sus armas: la piel de león -no curtida-, que lleva como hábito y su maza, que es el arma anterior a la civilización”[7].

Podemos observar también la importancia de la fuerza con que los cínicos soportan las adversidades, incluso las climáticas; como sabemos Diógenes “durante el verano se echaba a rodar sobre la arena ardiente, mientras que en invierno abrazaba las estatuas heladas por la nieve, acostumbrándose, así, a todos las asperezas”[8]. Pero no exageremos, es sólo este el parentesco con Heracles, pues también el hijo de Zeus es un representante de la sumisión política. No hablamos del Heracles de los trabajos que permiten la expansión de la Hélade, sino que del Heracles hijo de condición desigual, resistente, que se auto-domina y en este sentido, es representante de los paradigmas cínicos de Antístenes y Diógenes.

Por otra parte, como decía anteriormente, está Prometeo quien roba el fuego para dárselo a los hombres, siendo el representante más fidedigno de la civilización y de las vanidades que cínicos, como Diógenes, aborrecían. Además, de alguna manera, el eterno sacrificio de Prometeo, lo que nos viene a traer es el mundo de la técnica; quizá el perro supo tener tal altura de mira, que podía preveer que el progreso de la técnica acabaría por hacer de la naturaleza un objeto controlable y calculable. Quizá, con ese presentimiento inefable el perro tendría la costumbre de comer carne cruda, incluso hasta llegar a las últimas consecuencias…

Como podemos ver, esta dialéctica de opuestos, nos demuestra la importancia que tenía deshacer todo tipo de vanidades que alienasen al hombre, desde ufanarse por ser hijo de padres legítimos políticamente, hasta el desprecio por la comida cocida. Diógenes con su vida hizo caso del mandato celestial: vivió para reacuñar la moneda de las convenciones socio-políticas imperantes, para transmutar los valores.

Diógenes siguiendo el designio délfico, de modificar la legalidad vigente[9] se hizo discípulo de Antístenes, quien gozaba de pocos discípulos. Pues llevando siempre la contra, el perro nos enseña a ser perseverantes: Antístenes siempre le apartaba de sí, hasta que un día, levantando su bastón para golpearle, el perro ofreciendo su cabeza dijo: “¡Pega! No encontrarás un palo tan duro que me aparte de ti mientras yo crea que dices algo importante”. Entonces la vida frugal comenzó para Diógenes.

Pero esta vida frugal y simple, conllevaba dentro de sí una subversión política que mostraré a continuación:

A) La disposición de los espacios: para Diógenes no existía un lugar específico para vivir o satisfacer necesidades de cualquier índole. Cualquier lugar permite hacer cualquier cosa, lo que explica que este filósofo se masturbe en pleno ágora[10] y que al ser invitado a una mansión muy lujosa y se le haya impedido que escupiera, escupió en la cara del dueño reclamando que no había encontrado lugar más sucio para hacerlo[11].

Para Crates e Hiparquia las relaciones sexuales no eran un evento privado, por ello se unían amorosamente en pleno público.[12] Podemos percatarnos de que esta idea tiene un nexo muy fuerte con el cosmopolitismo cínico. El mundo como un cualquier lugar, entraña la idea de abolición de culturas locales y las costumbres nacionales, en este caso la de Atenas; puesto que esta subversión cínica conlleva el desprecio de la institucionalidad política y todo lo que esta implica.

B) Rechazo a la paideia: el perro despreciaba las principales disciplinas que cultivaban los griegos, a saber la música, la matemática y la retórica. Pues para el cínico no es posible que se desplace el saber vivir bien y de acuerdo a la virtud, por la enseñanza de diversas técnicas; por ello el cínico vive propugnando la ética como el conocimiento más legítimo y primordial para la vida humana. Nos cuenta Laercio que el perro al escuchar que uno le reclamara que no podía aprender filosofía le respondió: “¿Para qué vives entonces, si no te importa vivir bien?”.

Sin ética, sin razón no vale la pena habitar el mundo. El perro solía decir que en esta vida había que valerse de la razón o de la horca. Por ello también no duda en sugerir el suicidio como una vía de redención, pues al estarle pidiendo limosna a un sujeto, éste le dijo: si logras persuadirme, y entonces Diógenes le respondió: “Si pudiese persuadirte de algo, te persuadiría de que te colgaras[13], y Antístenes al ser iniciado en los misterios órficos por un sacerdote y escuchar que le decía que participaría de muchas aventuras en el Hades[14], le respondió: “Y tú entonces ¿Por qué no te matas?”.

La muerte, pareciese ser el único antídoto para una serie de sujetos, quizá si Diógenes y Antístenes se hubieran permitido acumular riquezas, podríamos imaginarlos a los dos regalando cuerdas a un amplio público de bípedos necios.

Después de todo, no sería un mal a la humanidad, ya que es muy difícil encontrar a un hombre, a pesar de que se le busque con una lámpara, y a pleno día por toda la polis. Ciertamente, lo más que podemos encontrar, sería muchachos, pero sólo en Esparta. La humanidad e incluso los muchachos están extintos en Atenas, por donde se les busque ya no los hay; pero, aún así, Diógenes insiste, el perro es perseverante tiene la atípica esperanza de encontrar a un hombre, cuando existe una muchedumbre de animales que han sido alienados y pervertidos por el mundo de la política y las comodidades, es decir, por medio de la vanidad, el ser humano ha alejado de sí todo vestigio de humanidad. Cabe preguntarse cuál es la tarea de Diógenes en la polis: si acaso hacer volver al bípedo a su humanidad, o bien a su animalidad.

Por una parte, Diógenes, a pesar de ser discípulo de Antístenes, ha tenido las más valiosas enseñanzas de sus hermanos animales: de un ratón aprendió a adaptarse a todas circunstancias y a desatender las comodidades convencionales. Nuestro filósofo dudaba si el animal era superior al hombre, pues cuando veía a los filósofos, médicos y pilotos creía que el hombre era superior al animal, pero en cambio cuando observaba a unos patéticos adivinos, intérpretes de sueños y una seguidilla de ignorantes a su cola, creía que el ser humano era inferior al animal.[15]

Además, si pudiésemos decir que existió una teología cínica, esta invierte el camino para llegar a la divinidad, como señalan Branham y Goulet-Cazé[16], trastocaron la serie animal-hombre-dios, para proponer el orden hombre-animal-dios, puesto que los animales y los dioses son representantes de la autosuficiencia, a la que tanto aspiraron los cínicos.

No obstante, este problema no puede ser resuelto de esta manera así y sin más, pues de alguna manera Diógenes debe buscar un hombre, quizá porque cree que estos animales se han distanciado mucho de una humanidad… pero ¿Cuál es la humanidad que Diógenes busca?

Si para él, buscar un hombre, significaba buscar otro cínico como él, no se hubiese presentado a Alejandro Magno como perro[17]… El cinismo no es una forma en la que el bípedo implume llega a ser hombre, sino que es una forma de vivir que nos hace ser semejantes a los dioses, y prueba de ello es que Diógenes, al ver el pórtico de Zeus exclama que ese pórtico lo decoraban para él, luego ubicó allí el tonel que tenía por vivienda. Además, de al oír que Alejandro se le honraba como al dios Dionisio, Diógenes propuso que entonces se le honrase a él como si de Serapis se tratase.[18]

Podemos hacernos una idea del tamaño del proyecto de invalidación de las convenciones sociales, incluso cuando vemos que se rechaza incluso la tradición cultural de una manera radicalísima. La paideia queda completamente desplazada, incluso en sus marcos teológicos y antropológicos.

C) Llevar la contra: como ya hemos visto, la figura de Diógenes es la del que lucha siempre en contra de la corriente… de manera literal incluso, pues mientras salían las multitudes del teatro, el perro se abría paso para entrar y siendo preguntado porqué hacía eso, respondió que era eso lo que proponía hacer por toda su vida[19]. El objetivo más radical de los cínicos, entonces, tiene la apariencia de difuminarse, pues ¿qué es lo principal para la vida del perro, llevar la contra siempre o llevar una vida de concordancia con la naturaleza? Este distanciamiento es solamente virtual, la naturaleza está compuesta de una lucha constante de opuestos como ya decía Heráclito[20] en sus fragmentos.

Era tan fuerte esta tendencia en Diógenes, que le pedía limosna a una estatua[21] diciendo que de esta manera se acostumbraría a ser rechazado, ¡y de la manera más fría imaginable!

Ahora bien, la naturaleza, puede empezar a ser abarcada desde el momento en que ya hemos dado una referencia de la subversión política del gran cínico.

La naturaleza (physis), sostiene Diógenes, se opone a la ley (nómos)[22], las leyes son producto de las ciudades y las ciudades de la civilización; por lo cual se evidencia la noción de ley que los cínicos tenían, puesta como un fenómeno particular de determinada cultura y época, “no hay gobierno justo más que el del universo[23], termina concluyendo el perro.

El rechazo cínico a las leyes, viene a ser efecto de su desprecio a la civilización, aquello que se opone a la naturaleza, puesto que la civilización trae consigo la técnica, la vanidad y un caótico contingente de costumbres convencionales que no hay porqué respetar.

La naturaleza, en cambio, no tiene un carácter temporal, esto ya lo decía Heráclito en su fragmento: “Este cosmos, uno mismo para todos los seres, no lo hizo ninguno de los dioses ni de los hombres, sino que siempre ha sido…”[24]. La naturaleza representa la eternidad, lo permanente, lo que no cambia. Pero, mientras Heráclito sostiene que el devenir es lo único que no deviene, el cambio lo único que permanece. Los cínicos, en cambio, vieron que esta naturaleza implicaba una radicalidad profunda que se debía hacer lo posible y lo imposible para ser uno con ella. El hombre debe vivir según naturaleza y esto para los cínicos significaba vivir en honestidad, simpleza y sobretodo, vivir conforme a la virtud. Mientras que la virtud, para un cínico está formada principalmente por tres partes: la autarquía, la parresía y la simpleza.

El perro es autárquico, pues se domina a sí mismo, lleva una vida ascética en la que renuncia a las vanidades que impiden escuchar la voz de la naturaleza. Crates, siendo un hombre muy adinerado, se acercó a Diógenes y le dijo que lo quería seguir; Diógenes le dice que para seguirlo, debe renunciar a sus riquezas, lanzando todo su dinero al mar. Crates, a diferencia del pasaje semejante del evangelio, hace caso del llamado de la naturaleza, deja sus riquezas, toma su báculo y zurrón y sigue al perro en sus enseñanzas.

Los cínicos, predicaban la parresía, a saber, un estilo áspero y directo de hablar, en que se dice todo, sin ningún tipo de eufemismos, indirectas, ni mentiras. La parresía, para Diógenes, es lo mejor que puede tener el hombre: para el significaba decir las cosas con honestidad, sin cuidarse del peligro socio-político que implica decir la verdad. Como sabemos, Diógenes no dudaba en decirles lo que pensaba con completa honestidad, ni al rey Filipo, ni al joven emperador Alejandro. Como podemos ver, la parresía, va muy de la mano con la valentía de los cínicos, pues sabiendo que una insolencia a una de estas autoridades podía causarles una muerte certera y espontánea, no enredaban su lengua para decir todo lo que decían.

El perro es simple y lleva una vida frugal, si no le encuentran habitación, no espera más y elige un tonel por casa y se queda en él; si ve que un chiquillo usa las manos para beber agua y no le es necesaria la copa, Diógenes se admira y se deshace de su jarra, pues le han aventajado en sencillez[25] y arroja también su plato, al ver que otro niño recoge sus lentejas en la corteza cóncava del pan.

La naturaleza, entonces, para los cínicos más allá de ser un concepto metafísico o un delirio romántico (como los de Hölderlin), sino que era un equivalente a la virtud, es decir, lo que nos hace ser semejantes a los dioses. Lo que hacían los perros al escuchar el intestino llamado de la naturaleza era arrojar todos los artificios que no les permitiesen vivir como dioses o como animales. El hombre que se ve por toda la ciudad, ha dejado de enseñarle gran cosa a Diógenes, quizá el ratón le enseñó mucho más acerca de la naturaleza, que su propio maestro Antístenes.

La vida de perros es una vida pública y descarada. Si da hambre, se come en el foro, no hay ningún problema, si las leyes de la polis están en decadencia, primero había un gobierno democrático y Atenas gozaba sus años de oro con Pericles. Ahora, los macedonios han vuelto el mundo al revés, de pequeños y modestos, pasaron a ser grandes… La política decayó en Atenas y hay que barrer con los últimos vestigios de hipocresía, hay que dar una respuesta y ¿qué mejor que dar la propia vida en forma de una artística protesta?

La vida de Diógenes, es una respuesta hilarante y llena de reproches, la de un perro que muerde a los malvados y a los impúdicos… Diógenes es el quínico que muerde a los cínicos. La inversión vuelve a darse, resulta que a quien llamábamos cínico, ahora resulta ser otra cosa.

Volviendo al principio de esta exposición, las nociones de cinismo que tenemos son aquellas que Diógenes despreciaba. Creemos que un cínico, es un desvergonzado, a pesar de que Diógenes al ver a un joven ruborizado, le dijo: “Ánimo, ése es el color de la virtud”[26] y tampoco el cinismo es mentiroso, puesto que proclama la parresía, como una virtud fundamental. El filósofo vagabundo odiaba este tipo de cinismos. El cinismo de los militares que vivían conquistando pueblos y alardeando su gloria, odiaba al cínico farmacéutico Lisias, teniéndolo por enemigo de los dioses. Diógenes odiaba entonces a quien lleno de impudicia y falsa consciencia vendiese gratuitamente los valores primordiales y eternos de la naturaleza, y los reacuñara con las convenciones temporales.

El quinismo, o cinismo antiguo si se quiere; era un materialismo dialéctico[27] originario (y quizá el único materialismo dialéctico real) pues funde de manera perfecta las condiciones materiales y las ideales, volviéndose el sujeto mismo la síntesis de esta dialéctica. Es el quinismo, el que lucha contra el idealismo, burlándose de Platón, diciendo que veía mesas y vasos, pero no mesidad, ni vaseidad[28]; es el cinismo de Diógenes el que llamaba las enseñanzas de Platón, una pérdida de tiempo[29] y destruía todos los cimientos de un idealismo que no tuviera contacto pleno con la materia, pues incluso se burlaba del concepto de participación de Platón; pues mientras comía higos secos se topó con Platón y le dijo: “Puedes participar de ellos”, Platón se anima, toma algunos y se los come, entonces Diógenes le responde: “¡Te dije que participaras de ellos y no que te los comieras!”[30].

Este movimiento cínico antiguo, del que hemos hablado, pareciera ser la principal constituyente de este renacimiento del quinismo…

Ya se podía ver el albor de una nueva época de quinismo, cuando Nietzsche proclamaba la transmutación de los valores establecidos, nos narraba en La Gaya Ciencia, que había un hombre buscando a Dios a pleno día y con lámpara; mientras que al mismo tiempo, o incluso, cuando Jonathan Swift escribía el cuento de una barrica, ya había un renacimiento quínico.

Cada vez se acerca más a nosotros una nueva venida de Diógenes, de alguna manera, Cioran viene a ser el epítome del cinismo, al exiliarse a sí mismo de Rumania y vivir proclamando no tener patria, recorriendo Francia en bicicleta y viviendo de lo que su escritura le permitiese limosnear, para poder sobrevivir comiendo en casinos universitarios y viviendo en una habitación que le había dispuesto la universidad para poder hacer su tesis, siendo que jamás termino su tesis sobre Bergson.

El quinismo, para finalizar, es la permanente respuesta con la propia vida, hasta con la propia materia, para hacer del sujeto, del cuerpo mismo, la forma de protesta y de denuncia a la falsa consciencia, el idealismo extremo, la crítica del poder imperial y política de distintas formas de alejar al hombre de su naturaleza.

Y finalmente, si llega a parecer una idea extrema el tener que vivir en un tonel y no tener propiedades, para tener que vivir de acuerdo a la naturaleza, esto es porque, al igual que los directores del coro, Diógenes sostenía que: “daba la nota más alta, para que el resto tome el tono adecuado”[31].

El perro, no es una regla universal, no es un imperativo categórico, es un paradigma al que tenemos que acercarnos; pero Diógenes no es la regla, él, como obra de arte, es el medio por el que podemos acceder a la regla. A través de las enseñanzas de Diógenes, entonces, es que podemos empezar a escuchar la voz de la naturaleza, que se encuentra muy lejos de la voz del tiempo, las leyes y la fortuna.



[1] Mondolfo, Rodolfo. Heráclito: Textos y problemas de su interpretación. México: Siglo XXI Editores, p. 44, fragmento 112.

[2] D.L. 38.

[3] D.L. 40.

[4] D.L. 43

[5] D.L. 13

[6] D.L. 45

[7] Bauzá, Hugo Francisco. El mito del héroe: morfología y semántica de la figura heroica. México: FCE, 2007. cap. 3. p. 45.

[8] D.L. 23.

[9] D.L. 20.

[10] D.L. 46.

[11] D.L. 32.

[12] D.L. 96.

[13] D.L. 59.

[14] D.L.3.

[15] D.L. 24.

[16] Branham y Goulet-Cazé. Los Cínicos. Barcelona: Seix Barral, 2000. p 40.

[17] D.L. 60.

[18] D.L. 63.

[19] D.L. 64.

[20] Mondolfo, Rodolfo. Heráclito: Textos y problemas de su interpretación. México: Siglo XXI Editores; pp. 30-46; 107-112.

[21] D.L. 49.

[22] D.L. 38.

[23] D.L. 72.

[24] [24] Mondolfo, Rodolfo. Heráclito: Textos y problemas de su interpretación. México: Siglo XXI Editores; p. 34 fragmento 30.

[25] D.L. 35

[26] D.L. 54.

[27] Sloterdijk, Peter. Crítica de la Razón Cínica. Madrid: Siruela, 2003. pp 175-182.

[28] D.L. 53.

[29] D.L. 24.

[30] D.L. 23.

[31] D.L. 35.

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